Reynard y la Hidra
La hidra es un monstruo de la mitología con apariencia reptiliana y múltiples cabezas. Su saliva es muy venenosa. El número de cabezas varía, pero suele estar entre cinco y doce, y pueden medir unos diez metros de largo. Tener tantas cabezas le permite hacer ataques múltiples a distintos enemigos o concentrar todas en uno solo. Si una hidra pierde una cabeza, se produce un proceso de sellado rápido para evitar la pérdida de sangre. Por cada cabeza perdida, se le regeneran dos hasta llegar a doce.
Hace muchos años existía el reino de Zerpia, conformado por una pequeña población y unas murallas que le daban cobijo y protección contra intrusos y grandes bestias. En este reino vivía Reynard, un joven muy valiente y honesto que sentía un gran cariño y amor sincero por Helen, la doncella más linda del reino, quien también era pretendida por Nill, un joven embustero, mentiroso, bien parecido, presumido, deshonesto y muy cobarde.
El amor de Reynard hacia Helen era tan grande que se juró cuidar de ella toda la vida, sin importar si Helen elegía a otro hombre como esposo. Reynard se sentía insignificante al lado de tan linda mujer y no se atrevía a declararle su amor, siempre esperando la oportunidad y las condiciones ideales para hacerlo.
En cambio, Nill solo la pretendía como un trofeo más, para saciar su vanidad y adornar con sus delicados pasos su caminar en las calles del reino. Nill hablaba de sus aventuras cazando monstruos y bestias.
Todo comenzó con una pequeña mentira en la que se atribuyó la muerte de un gran jabalí, lo que le dio una fama temporal de unos días; sin embargo, siendo orgulloso y vanidoso, quiso estar siempre en boca de todo el reino, por lo que se dedicó a salir de vez en cuando de las murallas del reino en busca de animales muertos y regresar diciendo que había dado muerte a otras fieras terribles de la noche.
Se hizo muy famoso en el reino por sus grandes proezas y peleas con bestias salvajes; sin embargo, era tan cobarde que no podía matar ni un pequeño ratón. Una pequeña mentira lo llevó a grandes mentiras, como decir que había matado a un par de centauros (hombres con cabeza y fuerza de toro) él solo.
En cambio, Reynard era muy valiente, pero nunca se le había presentado la oportunidad para demostrarlo. Ahora, tantas proezas y peleas ficticias de Nill le habían opacado el camino hacia Helen, debido a que Nill pasaba mucho tiempo platicando con ella sobre sus grandes aventuras. Helen sonreía y se veía muy feliz.
Helen comienza a notar un poco triste a Reynard y en automático ella también se pone triste, no se explica su repentino cambio de humor, solo sabe que admira tanto la personalidad de Reynard y que le gusta mucho; pero nunca le ha confesado si quiera un poquito de su cariño hacía él.
Helen le quiere confesar a Reynard un poco de sus cambios de humor al verle triste o feliz; pero decide no hacerlo y esperar una mejor oportunidad para ello.
Reynard conoce todas las mentiras de Nill debido a que le presta mucha atención a sus platicas y le ha puesto a prueba con escorpiones, arañas y serpientes, haciéndolo correr del lugar completamente asustado.
En una salida de Nill fuera de las murallas del reino, decidió llevar consigo un par de acompañantes para tener testigos de sus peleas con grandes fieras. Llegaron a una gran cueva y decidieron ingresar en ella para explorarla, sin darse cuenta de que un monstruo de siete cabezas había llegado hasta la boca de aquella cueva y esperaba a que saliera algún humano para devorarlo.
Nill y sus dos acompañantes estaban saliendo de la cueva cuando, de pronto y sin previo aviso, una gran cabeza de serpiente tomó de la cintura a uno de los acompañantes y lo sacudió con gran fuerza por todos lados.
Nill se quedó petrificado en el lugar, sintiendo tanto terror que su cuerpo no le respondió ni siquiera para huir, a diferencia de su otro compañero, que corrió tan veloz como nunca lo había hecho en su vida hacia lo profundo de la cueva.
El hombre atrapado en las mandíbulas de la hidra lanzaba espadazos a otras cabezas que le atacaban, logrando cortar una de ellas. El monstruo lanzó un gran chillido de dolor, aventando al hombre entre las rocas y huyendo. Pasaron unos minutos y Nill seguía petrificado con su mirada perdida hasta que escuchó gritos del interior de la cueva.
—¿Nill, ya mataste al monstruo? —pregunta su acompañante desde el fondo de la cueva.
Nill seguía inmóvil y mudo, escuchando.
—¿Ya puedo salir, Nill? ¿Ya mataste al monstruo? —pregunta su acompañante con voz temerosa al borde del llanto.
—¡Sal ya de la cueva, cobarde! Ya le corté una cabeza —gritó Nill muy agitado y eufórico al poder mover su cuerpo.
Nill caminó hacia la cabeza de la hidra e introdujo su espada limpia en aquella gran cabeza para que se cubriera de sangre y pudiera sostener la mentira de que él había cortado la cabeza a tan terrible bestia.
Uno de los compañeros de Nill murió por sus grandes heridas y el otro lo ayudó a llevar la cabeza de la hidra y a su amigo en una carreta improvisada al reino. Nill presumió la cabeza de la hidra en el reino y relató toda la pelea que supuestamente había librado con aquel monstruo enorme. Helen escuchó hablar maravillas de Nill y quedó asombrada por su proeza.
Nill declaró su amor a Helen, quien se comprometió a darle una respuesta en veinticuatro horas. Helen quería a Reynard y sabía que él sentía algo por ella, por lo que lo buscó para presionarlo un poco comentándole la proposición de Nill.
—Reynard, Nill me ha dicho que si quiero ser su novia —dijo Helen muy seria— ¿Tú qué piensas de ello?
—Pues supongo que le gustas mucho —responde Reynard, muy triste, recordando cuántas veces había querido declararle su amor.
—¿Y lo quieres? —pregunta Reynard seriamente.
—No lo sé —contestó Helen, indecisa.
—Yo te quiero decir algo, Helen —dijo Reynard, firme.
—¿Qué cosa? —pregunta Helen con una tierna sonrisa en su rostro. Pero Reynard no se atrevió a declararle su amor, a pesar de saber que tenía oportunidad con Helen. Después de unos segundos de meditación, le dijo:
—Mañana, cuando hables con Nill acerca de su proposición, te diré. Es igualmente importante y no quiero complicarte más. Arregla ese asunto y ya hablamos, o no hablamos, depende de tu respuesta a Nill.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta Helen, muy extrañada.
—Nada, hablamos después, Helen. Me tengo que ir —dijo Reynard, muy inquieto, retirándose del lugar.
Reynard se sentía tan mal, la persona más vacía del mundo. Quería llenar ese hueco con el amor de Helen o con alguna gran proeza para poder sentirse a la altura de Nill. Se encaminó a buscar a la hidra, ese monstruo de siete cabezas, para cortar otra de sus cabezas y que el reino y Helen restaran un poco de atención e importancia a Nill.
Al poco rato de salir del reino, un viajero le comentó que un monstruo de ocho cabezas había atacado su aldea al otro lado de la montaña. Reynard ahora sabía el rumbo que debía tomar y le dijo al viajero que él acabaría con ese monstruo.
Cabalgó y, al poco tiempo, cruzó la montaña y encontró rastros de la hidra, siguiéndolos hasta llegar a su guarida.
El viajero, al llegar al reino, dio la noticia de tal bestia y dijo que un joven muy valiente había emprendido el camino para matar a tal monstruo con el fin de tener el valor de declarar su amor a una linda mujer.
—No me explico cómo puede haber una persona tan valiente para enfrentar a un monstruo como la hidra y temerle más a una linda mujer —dijo el viajero con un semblante de extrañeza.
De inmediato, la gente del pueblo creyó que fue Nill quien salió en busca de tal bestia; sin embargo, en ese mismo momento, Nill apareció frente a todos muy extrañado e ignorante de la plática.
—Aquí está Nill. Entonces, ¿quién ha salido a matar tal bestia? —se preguntaba toda la gente del reino.
En ese momento, el mejor amigo de Reynard se acercó a Helen y le comentó:
—Reynard me dijo: "Si no regreso del viaje que voy a hacer en una semana, dile a Helen que la quiero mucho y que siempre la amaré, esté donde esté. Pero solo coméntaselo pasada una semana, no antes." Por favor, no le vayas a decir que te lo he dicho antes de tiempo. Solo que tengo preocupación por él.
Helen, al saber lo acontecido, salió despavorida a buscar a Nill y sus amigos para que la acompañaran a buscar a Reynard, que había salido a matar a tal monstruo. Nill, siendo un completo charlatán y cobarde, se echó para atrás diciendo:
—Helen, me gustaría mucho acompañarte, pero de la última pelea estoy tan mal herido que no podré combatir con otro monstruo como la hidra en menos de una semana... lo siento mucho. Si le pasa algo a Reynard, de todas maneras, él se lo buscó. Porque hay que saber cuándo uno es valiente y cuándo es poco inteligente para atreverse a tal proeza —dice Nill en tono tranquilo.
—Pues supongo que tú eres otro no muy inteligente, porque te enfrentaste a un monstruo como la hidra y también lo fuiste a buscar, ¿o ya se te olvidó? —responde Helen muy preocupada y saliendo del lugar.
Helen le comentó a todo el reino que la acompañaran a buscar a Reynard, pero todos se negaron; por lo tanto, decidió emprender el camino en un caballo ella sola, esperando encontrar a Reynard y convencerlo de regresar.
Al salir en su búsqueda, algunas personas del reino decidieron ir tras ella.
Reynard decidió atacar a la hidra y hábilmente utilizó los árboles como escudo de sus ataques.
Poco a poco comenzó a dañar tanto las cabezas de la hidra que logró cortar tres. Estaba muy agotado y no podía huir porque debía terminar con el monstruo de una vez por todas, además de que este no le permitía la huida.
Helen llegó al lugar y desde lejos logró ver a Reynard luchando con la bestia.
—¡Reynard!, ¡Reynard! —gritó Helen con gran fuerza.
Reynard logró escuchar los gritos y de inmediato los reconoció, sabiendo que eran de Helen. Se desconcentró en la pelea al querer ubicarla, y en un instante, con una veloz embestida, una de las cabezas de la hidra logró atraparlo entre sus mandíbulas y lo sacudió incesantemente como un toro enojado.
Helen, sabiendo que había cometido un gran error al distraer a Reynard, rompió a llorar y, con gran impotencia, le pidió a la gente que la había seguido que hiciera algo, cualquier cosa para distraer al monstruo y dejar a Reynard; pero no logró despetrificarlos. Entonces ella personalmente tomó una espada y se la clavó en la cola al gran monstruo, logrando que este lanzara un gran chillido y soltara a Reynard. Después, con gran habilidad y adrenalina, logró colarse entre las patas de la bestia hasta donde estaba Reynard y lo arrastró moribundo, internándolo en el bosque.
La hidra, se alejó muy mal herida de aquel lugar.
La gente del pueblo fue por Helen y Reynard. Al llegar, lograron ver que Helen estaba bien, pero Reynard estaba desvanecido y no volvía en sí.
Helen, llorando y con Reynard en sus brazos, le dijo al oído:
—Si me oyes Reynard, quiero decirte que te amo mucho, que no hacía falta mostrar tu valentía y bravura porque siempre lo he sabido. Perdóname por haberte presionado al comentarte la proposición de Nill —dijo mientras limpiaba su rostro y le acomodaba un poco el pelo.
Reynard seguía en el piso y desvanecido sin dar respuesta a nada. Helen en cambio era un mar de lágrimas, no se resignaba a perderlo y lo abrazaba con fuerza.
Reynard estaba más muerto que vivo y condenado a morir lentamente debido a que la saliva de la hidra posee un veneno muy fuerte y efectivo; esta había mordido a Reynard. No había ninguna salvación racional para él.
—No hay nada que hacer, mi niña. De hecho, es probable que ya esté muerto —le comentó el mago Zarathos, que acababa de llegar y revisaba con mucho cuidado a Reynard.
—¡Noooo!, no lo está —gritó Helen desesperada e impotente— su corazón aún palpita muy tranquilo, ha de estar durmiendo.
—Lo único que podría salvarlo ahora es el llanto del fénix, esa ave maravillosa que sabe cruzar al mundo de los muertos y ofrece en sus lágrimas la sanación a cualquier mal existente en este mundo; sin embargo, nunca he visto uno en mi vida. Seguramente es solo un mito.
—¿Dónde habitan los fénix? —pregunta Helen desconsolada.
—He escuchado entre mis antepasados que uno de ellos logró ver un ave fénix en lo alto de la montaña —dijo Zarathos con gran sabiduría, basándose en leyendas de sus antepasados.
Helen emprendió el camino en busca de las lágrimas del fénix para salvar a su gran amor, Reynard, y le pidió a Zarathos que hiciera una pócima mágica para retardar el efecto del veneno lo más posible.
Continúa en el próximo número con el título: "Driadas - El camino al fénix"
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Cuento creado por: Ing. Mauricio López García (LaChayra)
Ilustraciones creadas con tecnología de DALL·E 3