Helen en el Bosque Oscuro
Si has llegado aquí sin leer el capítulo anterior, lo puedes leer aquí: Dríadas: El camino al fénix.
Una vez que las dríadas le permiten el paso a Helen al bosque oscuro, no pasó mucho tiempo antes de que comenzara a notar que la vegetación cambiaba de color, de un verde claro a un verde más oscuro. Los árboles pasaron de estar en buen estado a verse decadentes, viejos, maltrechos y retorcidos.
Mientras Helen sigue su viaje hacia el bosque oscuro, Zarathos se encuentra en trance y muy cansado, reteniendo la vida de Reynard por medio de un ritual ancestral. Al caer la noche, Nill, curioso, llega a ese lugar. No encuentra a Helen, y uno de sus compañeros le pone al tanto de lo sucedido. Nill decide quedarse allí para acompañar a Zarathos, comenzando a encender fogatas a una distancia prudente alrededor del mago, para brindarle calor en la noche y alejar a las fieras salvajes.
Helen entra al bosque oscuro y de inmediato comprende por qué lo llaman así: casi no entra la luz del sol por alguna razón, y los árboles casi no tienen vegetación. No pasó mucho tiempo antes de que encontrara tres senderos que convergen en el mismo punto. Uno se pierde en el centro del bosque oscuro, otro se extiende hacia la izquierda y otro hacia la derecha. Helen no sabe cuál de ellos la llevará a su destino, así que elige el sendero del centro, para no desviarse mucho de su camino.
Al caminar unos minutos, siente una rara sensación, como la que experimentó en el bosque antiguo con las dríadas; se siente observada. De inmediato, siente mucho temor y la sensación de que algo está mal, se siente fuera de lugar, y por primera vez, recibe una dosis de realidad. Quiere regresar, pero al pensar en Reynard, que está muriendo, encuentra fuerzas y sigue caminando por aquel sendero, esperando que termine pronto para llegar a la montaña.
Después de unos minutos más de caminar cuidadosamente, Helen logra ver a un costado del sendero a una mujer hermosa que está recogiendo leña. Algo no encaja bien; lucía muy bella con un vestido elegante, lo cual no concordaba con una recolectora de leña. Helen recuerda de inmediato todos los consejos que recibió de las dríadas.
—¡Hola, hermosa! ¿Hacia dónde te diriges? —pregunta la bella doncella, sonriendo.
—Hola, voy aquí adelante solamente —contesta Helen, muy extrañada.
Le da curiosidad preguntar qué hace una bella dama sola en ese lugar, pero se guarda sus preguntas y solo continúa su camino, de alguna manera sabe que no debe pedir ayuda a nadie en ese lugar.
—¡Mira qué casualidad! Yo también me dirijo un poco hacia el mismo lugar —comenta la bella doncella, recogiendo unos leños del lugar y uniéndose al sendero detrás de Helen.
Por su parte, Helen desconfía de todos, trata de ignorarla y camina más rápido, hasta que logra perderla de vista. Llega hasta un lugar donde hay un claro en el bosque. Se percata de que hay varios cuervos en el lugar, tomando unos rayos de sol.
Helen vuelve a sentir la presencia de alguien que la observa desde algún lugar. Gira simulando ver a los cuervos del entorno, pero no logra ver a nadie. Decide continuar caminando por el sendero. Después de unos minutos adentrándose más en el bosque, logra escuchar el revoloteo y graznidos de los cuervos, señal de que la hermosa doncella sigue sus pasos y no está muy lejos.
Helen continúa su marcha hasta llegar a un pozo de agua. La noche está comenzando a caer. Helen inspecciona un poco el lugar y se da cuenta de que del pozo puede tomar cuatro direcciones distintas, una hacia cada punto cardinal: sur, norte, este y oeste. No sabe qué ruta tomar. Ahora, lo único que recuerda es el lugar de los cuervos y ese pozo en medio de la nada.
Le extraña ver velas encendidas en el lugar y una antorcha, como si alguien hubiera estado allí previamente y se hubiera escondido al escuchar sus pasos. Helen se siente perdida, no sabe qué camino tomar, está asustada y debe reprimir todo sentimiento de miedo o desesperación.
—¿Qué puedo hacer ahora? ¿Cómo sigo adelante? Esto está muy mal —piensa Helen—. Forzosamente debo hablar con alguien para seguir adelante.
Helen inspecciona el lugar y, al volver al pozo, encuentra a una persona cubierta con capucha y capa negra, de pie frente al pozo.
—Disculpa, solo pasaba por aquí, estoy de paso —comenta Helen, muy nerviosa.
—No te preocupes, todo está bien —contesta el hombre misterioso—. ¿A dónde te diriges?
—Deseo ir a la montaña que tiene un gran árbol en la cima, busco a una persona —comenta Helen, tratando de mantener la calma.
—La montaña del fénix, qué extraño —comenta en voz baja el misterioso personaje.
Por más que Helen trata de ver su rostro, no logra distinguir más que oscuridad bajo esa capucha.
—La montaña está en aquella dirección —dice, señalando al norte—. Los tres senderos te llevan a ese lugar; la diferencia está en la dificultad para llegar, cada sendero tiene sus peligros.
—¿Qué tipo de peligros? —pregunta Helen.
—Si quieres, yo te puedo ayudar acompañándote a cambio de un pequeño favor.
En ese momento, Helen se alerta. Le está pidiendo un favor, y en ese lugar no puede darse el lujo de deberle nada a nadie. Trata de retirarse del lugar sin aceptar ayuda.
—Bien, déjame pensarlo un poco —comenta Helen, muy pensativa.
En ese mismo momento, la bella doncella aparece en la escena con unos leños.
—Hola de nuevo, ya tengo la leña. Vámonos, hermosa —comenta la doncella, pasando frente a Helen y tomando el sendero a la derecha de ese lugar.
Helen, sin decir palabra alguna, comienza a dar unos pasos, siguiendo la corriente de aquella mujer. Al menos puede ver su rostro y sacar algunas conclusiones sobre su bondad o maldad. Comienzan a alejarse de aquel lugar sin decir palabra alguna. Minutos más tarde, la doncella hermosa detiene su andar. Helen se siente observada; esa sensación extraña no la deja en paz.
Hacen un descanso y se presentan.
—Hola, soy Martha, mucho gusto verte por aquí. Por lo que veo, no soy la única guapa en el lugar —comenta, sonriendo, la bella dama Martha.
—Hola, yo soy Helen. ¿Sabes quién era aquella persona que vimos en el pozo? —pregunta Helen.
—De eso te quería hablar, qué bueno que me seguiste la corriente, pequeña —comenta Martha.
—¿Y eso por qué lo dices? —pregunta Helen, algo extrañada.
—Es el Hombre Sin Rostro; se conoce muy poco de él. Es un ser muy misterioso. Se cree, o se dice, que si logras ver su rostro, mueres en el acto —comenta Martha, compartiendo lo que sabe de aquel personaje.
—¡De verdad! Y yo tratando de verle el rostro, imagínate —comenta muy sorprendida Helen—. Es una trampa mortal porque la curiosidad te gana.
—Igual y son mentiras; la poca gente que me ha comentado algo de él dicen que es muy amable —comenta Martha—. Mi casa queda más adelante en esta dirección. Te puedo invitar un café, si gustas.
—No, muchas gracias, tengo un poco de prisa —comenta Helen, muy concentrada en sus respuestas.
—Bien, pues vámonos. Cerca de mi casa te desvías por tu camino —comenta Martha, haciendo una mueca con la boca.
Helen decide ayudarle cargando un ramo de ramas secas. Siguen aquel sendero en ese bosque oscuro.
En efecto, se trata del Hombre Sin Rostro, un personaje oscuro cuyo rostro nunca logras ver. Para verlo, debes pedírselo, o bien, él puede engañarte para que tú le pidas ver su rostro. No puede mostrar su rostro si no lo pides explícitamente. Su técnica es aparentar ser buena persona para que te entre la curiosidad de conocerlo. Al dejar ver su rostro, las víctimas ven dentro de aquella capucha oscura su propio rostro sonriendo de forma malévola. La impresión de verse a sí mismos, pero en una versión llena de maldad y odio, es tan grande que caen fulminados.
Las víctimas quedan hechizadas en un sueño profundo del que no despiertan, ya que ha capturado parte de su ser dentro de aquella capucha. Después de algunos días, mueren por falta de alimentos. El Hombre Sin Rostro procura estar cerca del pozo, que atrae a las personas, y está donde convergen los cuatro senderos del bosque oscuro. Se cree que arroja a sus víctimas al pozo.
Continúan caminando en aquel sendero tenebroso. Helen procura hablar muy poco para no revelar información. En distintos momentos del trayecto, se siente observada, pero no logra ver nada en las sombras. Martha, la bella doncella, es muy insistente en sacarle conversación a Helen.
Martha comienza a cansarse mucho. Sus pasos se vuelven, poco a poco, los de una persona mayor; cojea un poco de un pie. Helen cree que se ha lastimado al pisar mal alguna piedra.
—Hermosa, ¿me puedes ayudar con estas ramas? No me siento muy bien —le comenta Martha, muy agitada.
—Sí, te puedo ayudar, pero solo hasta donde me tenga que desviar —responde Helen, ayudando con las ramas secas.
Al tomar las ramas, Helen se da cuenta de que los brazos y manos de Martha son de una anciana: arrugados y con uñas descuidadas y muy largas. Helen mantiene la calma, pero ahora sabe que debe mantener su distancia de Martha.
Llegan a un entronque donde otro sendero se une perpendicularmente al que llevaban. Helen sabe, de alguna manera, que ese nuevo sendero es el que debe tomar. Decide descansar un momento en el lugar. Martha se detiene, ayudándose de un palo que utiliza como bastón en el camino.
—Adelante, hermosa, ya casi llegamos a tu sendero —comenta muy sonriente. Pareciera que su cansancio ha desaparecido—. No vayas a creer que este es, ¿eh?
—Estoy muy cansada, dame un momento para recuperarme —responde Helen, aparentando un fuerte cansancio.
—¿Qué puedo hacer? En verdad, no conozco nada por aquí; me empiezo a desesperar —piensa Helen, disimulando todo inicio de desesperación. Helen sabe que no debe seguir más a Martha.
En eso, se acerca una persona con sotana; parece ser un monje al que sí es posible ver su rostro.
—Buenas noches tengan ustedes —comenta el monje desinteresadamente, siguiendo su camino rumbo al norte.
—¿Qué tiene de buenas, monje? —le comenta Martha con desprecio.
Helen observa a ambos y se encuentra muy pensativa y en silencio.
—¡Oh, es verdad! Veo que te está costando mantener tu apariencia bella —comenta el monje, dando un par de pasos.
—No te metas con mis cosas, ya sabes cómo se castiga eso —responde muy enojada Martha—. Vámonos, hermosa, sígueme.
—Buena suerte a ambas. Yo voy camino a la montaña del fénix —comenta el monje, alejándose poco a poco de aquel lugar por el sendero que se dirige al norte.
Helen sabe ahora cuál es el sendero que la lleva a la montaña y no le debe un favor a nadie hasta el momento. Espera a que el monje tome ventaja caminando unos minutos. Se despide de Martha, le comenta que debe ir a buscar su propósito y le agradece la compañía.
Martha, de la rabia, comienza a verse arrugada; la belleza se transforma en la de una persona vieja, sucia y decadente. Se aleja un poco y le habla a Helen desde las sombras porque no quiere que le vea el rostro. Como puede, se cubre con su vestido y le da la espalda.
Helen, al ver que Martha es muy insistente, la deja hablando sola en aquel lugar y toma el sendero por donde previamente iba el monje.
Martha es una bruja; dedicaba mucho esfuerzo a mantener una apariencia bella y joven. Su hechizo estaba por terminarse, por eso comenzó a cojear en el sendero y a verse muy agotada. Además de la caminata, el poder que ejercía para mantener el hechizo la agotaba.
La bruja quería llevar a Helen hasta su casa, donde se valía de distintas pócimas en el café, panecillos y otras cosas para hechizarla y no dejarla escapar nunca de aquel lugar. Planeaba ofrecerla en sacrificio a las fuerzas oscuras a cambio de juventud.
Después de caminar un buen rato sobre el sendero rumbo al norte, Helen se percata de que este la lleva por en medio de dos enormes cerros. No supo en qué momento la cosa se volvió más tétrica.
Helen sigue su andar por aquel sendero rumbo al norte. No tarda mucho en que el sendero la lleve por la orilla de una barranca entre dos enormes cerros.
A lo lejos, logra ver la silueta del monje, como si la estuviera esperando en algún lugar. Debido a su antorcha, solo puede ver lo que está muy cerca de ella y no logra distinguir con claridad a la distancia, por lo que decide deshacerse de la misma.
Al estar un poco al descubierto el sendero de árboles, la luz de la luna puede entrar y, con ello, Helen puede ver el camino con claridad. En ese trayecto, deja de sentir la sensación de ser observada. Por un momento, recuerda a Reynard y Zarathos; se siente obligada a encontrar al fénix. Al menos ya le han confirmado su existencia el mago, el Hombre Sin Rostro y el monje que hace unos minutos acababa de ver.
—Ahora sé que el fénix existe y sé la dirección para ir. Debo ser valiente; esto me da mucho miedo —piensa Helen, caminando firmemente y reprimiendo sus ganas de llorar.
Ese sendero que ha tomado es más largo de lo esperado. Camina y camina, y parece no tener fin.
De pronto, escucha que un niño le habla desde lo alto de la colina.
Helen voltea en todas direcciones, pero no logra ver a nadie. Sigue su camino con la esperanza de que termine pronto su andar, llegando al final del sendero.
En su andar por aquel sendero, Helen escuchaba distintos tipos de lamentos, risas, gritos, y lograba apreciar siluetas que se movían por el lugar.
En ocasiones, podía observar figuras en las orillas que la observaban con atención, pero ella, con la vista fija en su camino, seguía adelante sin titubear.
Después de caminar algunas horas en aquel sendero sin parar, comienza a ascender poco a poco, pero se vuelve muy oscuro debido a que atraviesa por una cueva. Logra ver un poco de claridad al final de la cueva, lo que la hace suponer que es el final del sendero tenebroso.
Logra ver la silueta oscura del monje con un bastón; sabe que seguramente es él. Se alegra un poco al saber que va en la dirección correcta. Sabe que no debe pedir favores a nadie y ser muy cuidadosa con lo que pueda decir.
—Creo que ya veo al monje; ojalá no sea malo —piensa Helen—. Si fuera malo, trataría de convencerme de algo.
Helen debe tener cuidado en esos lugares tenebrosos. Después de unos minutos caminando, el sendero sobre la barranca y los peñascos termina. Ahora, Helen llega a una pradera con árboles retorcidos; hay luna llena, un poco de neblina, pero no logra ver al monje por ningún lado.
De nuevo, Helen siente la sensación de ser observada. Ahora ya tiene un poco más de tiempo para examinar cuidadosamente su entorno. Por más que presta atención al ambiente, no logra divisar a nadie. Trata de calmarse; en el fondo, tiene mucho miedo, y eso le impide concentrarse para ver las cosas con atención. Busca la silueta de la montaña, pero está muy cansada. Decide buscar un lugar para sentarse y descansar un momento.
—¿Y ahora hacia dónde sigo? Estoy muy cansada; hubiera traído algo de comer o beber —piensa para sí, sabiendo que ha cometido un error tremendo al salir sin alimentos.
Por más que se ponía a pensar, no podía creer que estuviera en tal situación: sola, lejos, sin alimentos, llena de miedo, y teniendo que hacerse la fuerte todo el tiempo.
Después de un rato de descanso y de poner sus ideas en orden, Helen cierra los ojos y comienza a ver entre las sombras una presencia; solo veía una mancha entre la oscuridad profunda que cubría las faldas de unos árboles. No quitó la mirada de ese lugar; comenzó a ponerse muy nerviosa. Ahora sabía el origen de su sensación de ser observada.
Comenzó a caminar en sentido opuesto a la dirección de aquella presencia. Ahora sabía que esa presencia la seguía; la podía sentir y veía su sombra de vez en cuando.
Al caminar unos minutos por aquel lugar, se percata de una fogata que ardía a la distancia. Se dirige hacia ese lugar.
Una vez que llega, no encuentra a nadie en la fogata. Decide alimentarla con leña y esperar a que alguien aparezca. Después de esperar un momento, hace aparición el monje que la acechaba desde las sombras. Este llega para ofrecerle un poco de café y platicar con ella un momento.
Helen se encuentra asustada y muy confundida; no sabe qué pensar de aquel personaje.
Apenas si comienzan a platicar, se ve a la distancia una persona que se acerca con unos leños.
—¿Vas a la montaña del fénix, verdad? —pregunta el monje, tomando asiento.
—¿A la montaña? ¿Yo? —responde Helen, sorprendida.
—Nunca te he comentado nada de mí, ¿por qué crees eso? —responde Helen, aún más extrañada.
—Es que se encuentra por estos rumbos, y si no me equivoco, te vi con Martha allá muy lejos —comenta el monje.
En ese momento, el vagabundo, dueño de aquella hoguera, hace su aparición, muy extrañado y temeroso de acercarse al lugar.
—¡Hey! Esta es mi hoguera; no hay problema en compartirla, solo quería que lo sepan —comenta el vagabundo.
—Discúlpeme, señor, en un momento me retiro; no quiero causar molestias —se disculpa Helen, levantándose del lugar.
—No te preocupes, solo me interesa que lo sepan —comenta el vagabundo, un poco apenado—. Mi nombre es Baltazar.
—Mi nombre es Helen, mucho gusto conocerlo —responde Helen.
—Yo solo soy un monje de un monasterio; voy en procesión a la montaña, aquí adelante —responde el monje.
—Si no es mucha indiscreción, señorita, ¿usted hacia dónde se dirige? —pregunta Baltazar.
—Voy a la montaña del fénix, en busca de un amigo mío que hace tiempo vino y no ha vuelto —responde Helen, ocultando su verdadera razón para estar allí.
—Ya veo, pueden acompañarme si gustan; he atrapado un par de conejos y me disponía a asarlos un poco para comer —comenta Baltazar, sacando un par de conejos de su bolso.
Helen se muere de hambre y no puede rechazar el ofrecimiento, así que decide quedarse y descansar un rato a la luz de la fogata. El monje no es muy sociable y decide retirarse del lugar. Poco a poco, se va alejando de la hoguera hasta desaparecer en la oscuridad.
Se trata del Monje de las Sombras; un ser enigmático que vaga por el bosque oscuro, recitando antiguos encantamientos. Es quien ha estado vigilando a Helen desde que entró al bosque oscuro, por ello sabe que se dirige a la montaña del fénix e inteligentemente se ha hecho pasar por un viajero a la montaña. Todo este tiempo ha estudiado a Helen y ha hecho una larga caminata para lograr su objetivo; capturar a Helen en aquel lugar.
Helen, en su interior sabe que algo no anda bien con el monje, lo logra sentir con su presencia, sabe en su interior que es quien la ha estado acosando todo este tiempo.
—Baltazar, ¿conoces a ese monje? Se me hace un poco extraño —pregunta Helen.
—Aquí todos somos extraños, niña, incluyéndote a ti —comenta Baltazar—. En verdad, no sé si eres una persona, una bruja o un demonio; como sea, yo no tengo nada de valor, mira, no valgo nada, ni para ti ni para nadie.
—Entiendo, Baltazar. ¿Y tú qué haces en estos lugares? —pregunta Helen mientras come conejo asado.
—Hace como siete años que estoy perdido en este lugar; no he podido encontrar el sendero de regreso a mi casa —responde Baltazar, volteando para todos lados y poniéndose de pie—. Siempre llego a este mismo lugar. Me encantaría regresar a casa.
Efectivamente, Baltazar es un vagabundo errante del lugar. Fue hechizado hace unos años y está condenado a caminar hasta que muera en todo el bosque oscuro. Es intocable por fuerzas oscuras debido a que ya tiene dueño de su alma en aquel lugar.
Siempre que Baltazar toma un sendero que lo lleva a la salida del bosque oscuro, en su mente aparecen espectros, fantasmas y demonios que le impiden el paso, pero todo está en su mente. También suele ver obstáculos donde no los hay, y siempre tiende a tomar senderos que lo traen de regreso al mismo lugar.
No recuerda con exactitud qué le ha pasado, o qué personaje lo ha condenado, mucho menos la manera en que fue hechizado.
En el bosque oscuro, los espectros y seres malignos tienen una regla muy importante que respetar, si un ser atrapa a una persona con un hechizo o le da muerte, esa persona está marcada y no puede ser tocada por otro ser. Ellos lo notan con un tatuaje de su dueño en la frente de la persona. Entre más almas ofrecen a la oscuridad reciben más poder para sus hechizos, se vuelven más fuertes, en algunos casos son prisioneros del lugar y la oscuridad les pide una cuota de almas para poder dejar el bosque.
Antes del amanecer, Baltazar y Helen salen rumbo al descanso del fénix. Él la dirige en el poco trayecto que les falta.
Helen, con la ayuda de Baltazar, sale del bosque oscuro hasta llegar a una zona muy bonita, llena de paz, sol y vida. Baltazar le comenta sobre el descanso del fénix y la lleva hasta el lugar. Se disponen a esperar juntos el arribo del ave fénix.
Mientras esperan, Baltazar le platica sobre la zona de paz a la que han llegado. Ahora Helen sabe que la montaña del fénix está rodeada de una pradera de paz hermosa, que a su vez esa pradera está rodeada por una extensa área del bosque oscuro. Por consiguiente, por cualquier lado que decidan regresar a casa, deberán pasar nuevamente por el bosque oscuro y es en esa parte donde Baltazar esta hechizado y no puede atravesarlo.
Continúa en el siguiente capítulo: Helen y el Fénix
Cuento creado por: Ing. Mauricio López García (LaChayra)
Ilustraciones creadas con tecnología de DALL·E 3