Dimas - El Mosco Alérgico a la Sangre
Había una vez, una colonia de mosquitos que vivía en la orilla de un lago, teniendo como hogar los lirios frondosos que crecían en aquellas ricas aguas llenas de nutrientes. A unos cuantos metros, se encontraban las casas de los seres humanos que habitaban en una pequeña población rural, a los cuales, estaba prohibido picar y extraer sangre. Sin embargo, a todos los animales, como caballos, yeguas, burros, perros, cabras, marranos y más, no estaba prohibido picarlos para poder alimentarse.
La colonia vivía en paz, porque nunca molestaban a los seres humanos, ya que por herencia cada mosquito sabía que debía guardar distancia.
Un día, nació un mosquito llamado Dimas, el cual era un poco extraño en comparación con los demás, porque a diferencia de todos, él era alérgico a la sangre de cualquier animal del pueblo. Dimas prefería alimentarse muy poco debido a las consecuencias que enfrentaba cuando probaba la sangre. Creció muy desnutrido y descolorido, siendo muy extraño entre los mosquitos, había muy poco que hacer al respecto.
Pasó el tiempo, Dimas fue tolerando poco a poco solo la sangre de un perro llamado Maromas, quien era mascota de un habitante de aquel pequeño pueblo.
Pasaban los días, Dimas esperaba ansioso el oscurecer para hacer acto de presencia en el lomo de Maromas, y alimentarse un poco de aquella sangre que no le hacía daño.
Una noche, Dimas estuvo esperando a Maromas en el patio de aquella casa, pero no logró verlo por ninguna parte y se quedó sin probar la sangre. Así transcurrió más de una semana y Dimas estaba hambriento, comenzando a notarse muy desnutrido y cansado, a diferencia de todos los mosquitos, no podía beber cualquier sangre.
Debido a que Maromas no aparecía por ningún lado, Dimas, muy hambriento, decidió tomar un poco de sangre de una vaca, como era de esperarse, casi murió al día siguiente. Tenía unos dolores de estómago tan fuertes que prefería morir antes que sufrir de tal manera.
Dimas se dio cuenta inmediatamente, de que si no encuentra a Maromas, seguramente morirá en unos pocos días.
—Samy, vamos al pueblo de día, es que tengo que buscar a Maromas porque no lo encuentro en la noche —dijo Dimas.
—¡En plena luz del día!, ¡No! Eso nos descubriría y nos podrían comer pájaros y otros animales. Es muy peligroso Dimas —responde Samy asustado.
—¡Es verdad! No lo había pensado, Olvídalo amigo tienes razón —responde Dimas.
Desde ese momento, Dimas aprendió que no debía exponer a sus amigos al peligro por una necesidad propia de él. Por lo tanto, decide escapar a escondidas de su pequeña colonia durante el día en busca de Maromas, porque la sangre de este peculiar can no le hace daño.
En sus aventuras diurnas logró ver muchas cosas que de noche no se veían; observó un gran bullicio de gente que caminaba de un lado a otro, que descansaba despreocupadamente, y que, contándolos fácilmente, superaban la cantidad de animales del pueblo. Se preguntaba si esos seres humanos tenían sangre en sus venas o una especie de combustible.
Dimas sabía que acercarse a los seres humanos estaba prohibido y que, por ello, solo se alimentaban de noche. Sabía que beber la sangre de la gente era un gran pecado, se castigaba con la muerte por parte de su propia colonia de mosquitos; sin embargo, debido al hambre que siempre tenía en su estómago, se fue acercando poco a poco a estos para probar su sangre, ya que no encontraba por ningún lado a Maromas.
Un día, en plena luz del sol, Dimas decidió salir a probar la sangre de un ser humano porque ya moría de hambre.
—Voy a probar esa sangre para morirme de algo rápido, porque morir lentamente es muy duro —pensó Dimas hambriento y decidido.
Llega Dimas, muy fatigado y apenas volando, hasta donde un hombre descansa en una hamaca que se mecía lentamente. Se posó sobre su mano derecha, con una plegaria al cielo, decidió probar la sangre de aquel hombre.
Casi de inmediato, este dio una gran manotada hacia Dimas, quien, de puro milagro, logró esquivar.
Regresó a su lirio muy asustado por el pecado que había cometido y temeroso de que los mosquitos se dieran cuenta de su gran falta y desobediencia.
Al llegar la noche, todos los mosquitos decidieron salir a alimentarse, Dimas aún seguía preocupado de que la sangre maldita, como le llamaban en su colonia, surtiera efecto en él y muriera irremediablemente a causa de una maldición.
Las horas pasaron y con ello, llegó otra noche. Dimas no había muerto por alguna maldición o porque le hiciera daño aquel sorbo de sangre de ser humano. Al contrario, se sentía lleno de energía como nunca antes. Finalmente, saciaba su hambre sin que le hiciera daño en su estómago. De inmediato, supo que la sangre de los seres humanos era más fácil de extraer, más sabrosa y más nutritiva. Sin embargo, se preguntaba por qué su colonia castigaba con la muerte a quien decidiera tomar sangre de un ser humano.
Pasaron los días, Dimas se alimentaba de vez en cuando en el día de algún ser humano, cada noche salía con sus amigos mosquitos a visitar a los animales del pueblo, para despistarlos y hacerles creer que se alimentaba normalmente como todos ellos, y no se dieran cuenta de su gran pecado.
Llegó una nueva camada de mosquitos a aquella colonia, pero estos tenían un gran desperfecto: eran alérgicos a la sangre de los animales, les pasaba exactamente lo mismo que a Dimas. Era un tormento y llanto de mosquitos en aquella colonia cada vez que tomaban un poco de sangre de algún animal. La nueva colonia crecía muy decadente y hambrienta.
Solo Dimas entendía el sufrimiento y dolor que cobijaba a sus compañeros. Sabía que morirían si no les pasaba la receta que él había descubierto picando a los seres humanos, un acto prohibido y penado con la muerte. Sin lugar a dudas, se encontraba en una gran encrucijada, por lo que decidió recolectar todos los días un poco de sangre extra de ser humano y compartirla poco a poco con cada compañero hambriento.
—Dimas, ¿de dónde sacas la sangre milagrosa que no nos hace daño? —pregunta Betto, entusiasmado.
—Salgo de día a buscar al perro Maromas —responde Dimas.
—Te queremos acompañar para ayudarte a recolectar más sangre porque ya somos muchos y no alcanza para todos —comenta Betto.
Por más excusas que buscó Dimas, no pudo evitar que un grupo de mosquitos le siguiera de día a buscar a Maromas; sin embargo, este ya no se veía por ningún lado. Así pasaron tres días y Dimas se la pasaba buscando a Maromas para despistar a sus acompañantes, sabía que en caso de encontrarlo podría tomar la sangre y él saldría de un gran problema.
Los mosquitos comenzaron a preguntarse por qué había desaparecido la sangre repentinamente una vez que acompañaron a Dimas de día. Así pasaron unas semanas buscando a Maromas y comenzaron a morir de hambre algunos mosquitos, otros murieron dolorosamente a causa de beber sangre de animales.
Dimas sufría mucho con cada mosquito fallecido porque él sabía cómo hacer para que no murieran; sin embargo, no quería enfrentar la pena de muerte de la colonia.
Un día, ningún mosquito que lo acompañaba se podía levantar, mucho menos emprender el vuelo para seguirlo a buscar a Maromas. Todos estaban al borde de morir, seguramente les quedaban solo unas pocas horas de vida.
Dimas les tomó cariño a sus acompañantes, como pudo, llegó hasta donde estaba un ser humano descansando. Sin pensarlo y sin esperar más tiempo, se alimentó para recobrar las energías y decide llevar una ración de sangre extra para sus amigos moribundos. Los alimentó y a las pocas horas, ya estaban bien de salud.
Dimas sabe, que puede guardar su secreto y conservar la vida; pero esto implicaría la muerte de todos sus compañeros a falta de sangre buena. Entonces lo piensa detenidamente y llega a la conclusión, va a decir la verdad para que ya no mueran de hambre; sin importar lo que suceda con él.
—Qué bueno que encontraste a Maromas, ya nos estábamos muriendo de hambre, mañana te vamos a acompañar —comenta Betto, muy contento.
—Oye Betto, tengo que confesarte algo —dice Dimas, muy pensativo.
—¿Qué cosa? —pregunta Betto.
—Ya no soporto ver morir a los mosquitos por falta de sangre buena —responde Dimas.
—Eso no es problema, muéstranos quién es Maromas y nosotros nos encargamos —comenta Betto.
—Lo que pasa es que Maromas murió hace mucho tiempo y ya no lo he visto —confiesa Dimas, nervioso.
—¿Cómo? Y la sangre que nos acabas de traer también es buena, ¿de dónde la sacaste? —pregunta Betto, aún alegre.
—De un ser humano —confiesa Dimas, muy asustado.
Al decir eso, todos callaron en aquel lugar, era como si les hubieran cortado las alas a todos los mosquitos de la colonia. El grupo de mosquitos que no era alérgico a la sangre de los animales, decide sentenciar a Dimas a morir en los lirios de las ranas, excusando a todos los mosquitos que habían bebido sangre humana, por el simple hecho de ignorar su procedencia. Llegada la mañana de la sentencia, todos los mosquitos volaban al borde de los lirios de las ranas, en espera de que Dimas cruzara aquellos lirios infestados de ranas hambrientas. Al poco tiempo, se logra ver a Dimas volando suavemente hacia su destino, de pronto una rana logra atraparlo con su lengua pegajosa y acaba con su vida rápidamente.
Pasaron días y noches, los mosquitos alérgicos a la sangre de los animales, comenzaron a sufrir una gran hambruna y aquel que se atrevía a probar la sangre animal moría envenenado. Simplemente, no podían sobrevivir de otra manera que no fuera bebiendo la sangre humana.
Con el paso del tiempo, la colonia comprendió que Dimas había probado todo lo existente antes de probar la sangre humana, y a costa de su vida, dejó un gran legado para que pudiera sobrevivir su colonia y su especie.
Desde entonces, todos los mosquitos pican a los seres humanos, llevando a Dimas como estandarte y ejemplo de supervivencia. Fin.
Mensaje
Aprendamos a valorar a las personas cuando aún las tenemos cerca; no cuando ya no están.
En ocasiones, plantar algo nuevo cuesta mucho sacrificio y esfuerzo; si es para mejorar como sociedad no decaigas en tus esfuerzos, un día la gente lo valorará.
Reto
Encuentra a Dimas en la siguiente imagen; hay 10 mosquitos
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Cuento creado por: Ing. Mauricio López García (LaChayra)
Ilustraciones creadas con tecnología de DALL·E 3