Las Mojarras de la Atarraya

Había una vez una familia de mojarras conformada por papá, mamá, Grisel (el hijo mayor) y Angy (casi una bebé). Vivían alegremente en una pequeña cueva subacuática a la orilla de unas grandes rocas. Era una guarida muy segura sin depredadores cerca, y además, papá tenía mucha experiencia viviendo en aquellas aguas; sabía dónde estaba el peligro.

Papá era muy sobreprotector con sus hijos y no los dejaba salir a pasear. Casi siempre estaban en la guarida.

El tiempo fue pasando y Grisel comenzaba a inquietarse por salir un poco a conocer los alrededores.

—Papi, ¿me dejas salir a aquel lirio? ¡Ya estoy grande! —comentaba Grisel insistentemente.

—Bueno, vas y vienes, anda —respondía papá.

Pasaron algunos días y Grisel quería que su hermanita Angy pudiera nadar fuera de la guarida porque la quería mucho y deseaba que experimentara un pequeño paseo. Después de algunos días de insistir repetidamente, papá cedió y les autorizó un pequeño recorrido.

—Está bien, Grisel, lleva a tu hermanita a la charca clara. No quiero que se vayan laguna adentro porque existen muchos depredadores que les pueden hacer daño. No deben comer nada en el camino por muy apetitoso que se vea, porque podría ser un anzuelo —dijo papá.

—Bien, papá, así lo haremos —responde Grisel dando vueltas de alegría y preguntó—: ¿Qué son los anzuelos?

Después de que papá les explicó detenidamente qué eran los anzuelos, Grisel y Angy nadaron tranquilamente al claro de la charca, disfrutando del paisaje. Papá mojarra no se quedó muy tranquilo dejando a sus pequeños nadar solos y los acompañó silenciosamente de lejecitos. “¡Qué raro! Este lugar siempre tiene bocadillos apetitosos y ahora no veo ninguno... ¡Si no hay anzuelos es porque vendrán las atarrayas! La charca ahora es la más peligrosa de toda la laguna”, pensó papá visiblemente asustado y nadando de prisa para informar a sus pequeños y llevarlos a la guarida.

Casi inmediatamente cayó una atarraya desde la superficie del agua bajando su red envolvente y por poco atrapó a papá. Grisel se percató del peligro y quiso nadar a aguas más profundas con su hermanita, pero papá les dio alcance y los llevó de regreso a casa por el mismo lugar.

—Papá, por ahí no, hay mucho peligro. Mejor por lo profundo de la laguna —dijo Grisel muy asustado y temiendo por su hermanita.

—Por donde mismo nos vamos a regresar, hijos. Donde cae una atarraya es muy difícil que vuelva a caer otra inmediatamente —dijo confiado papá.

Nadando silenciosamente de regreso a la guarida, volvió a caer otra atarraya, atrapando esta vez a Grisel y Angy. Papá logró escapar por escasos centímetros del alcance de aquella atarraya envolvente.

Papá vio cómo eran arrastrados Grisel y Angy dentro de la atarraya que comenzaba a emerger fuera del agua.

—¡No! ¡Mis pequeños nooooo! —gritó papá muy desesperado.

En eso llegó mamá mojarra y juntos lograron ver la cara de sus dos pequeños que eran arrastrados fuera del agua. Era una tristeza muy grande ver el rostro de Grisel lleno de pánico y la cara de Angy llorando, abrazando a su hermano mayor y mirando a sus padres.

—¡Haz algo, amor! ¡Saca a mis pequeñines de ahí! ¡Ay! ¡Ya los van a sacar!... ¡Se los lleva la atarraya! —gritó mamá muy desesperada y en un mar de lágrimas.

—Ya es muy tarde, amor. Han salido del agua —dijo papá muy atónito y con un gran vacío en su corazón.

Después de unos segundos se quedaron los padres estáticos en el agua, esperando que por alguna razón el cielo les regresara a sus pequeños, ya que en ocasiones a los peces más pequeños los regresan al agua.

Se quedaron por minutos esperando, pero no sucedió. Ninguno de sus hijos regresó al agua. De inmediato se dieron cuenta de que si no regresaban inmediatamente, nunca lo harían. De pronto se escuchó un pequeño chapuzón y lograron ver una pequeña champorra en muy mal estado que agonizaba.

—¿Qué pasó, amigo? —pregunta papá.

—Son dos humanos que están juntando a los peces que atrapan y los ponen en un pequeño estanque móvil —responde la agonizante champorra.

—Son coleccionistas —le dijo papá a mamá mientras pensaba: “Tienen un día más de vida mis pequeñines".

Muy tristemente, los padres se quedaron en la charca esperando una atarraya que los atrapara y los llevara con sus hijos. Sin embargo, esto no sucedió. Muy noche, regresaron a su guarida muy tristes y con el corazón roto, llorando y pensando en cómo iban a morir sus pequeños.

Entre los peces capturados había una rana. Al poco tiempo, llegaron a la casa de un ser humano, quien las depositó en una gran tina con agua fresca.

Pasaron mucho frío al lado de otras mojarras. Miraban cómo quedaban poco a poco inmóviles sus compañeras en el fondo.

Grisel, con mucho dolor, veía a Angy, que sufría tanto al estar lejos de sus papás. Esta era la más pequeña de todas las mojarras atrapadas, sin lugar a dudas, era la más vulnerable.

A Grisel le invadía un sentimiento de angustia, tristeza, impotencia y desesperación, todo al mismo tiempo cada vez que veía a su pequeña hermanita, que estaba experimentando una situación muy difícil.

—Manténganse todo el tiempo nadando, amigos, para que no sean presa de la hipotermia y mueran esta noche —les dijo una mojarra mayor con mucha experiencia.

Grisel y Angy se mantenían nadando en aquellas aguas heladas y se mantuvieron sin dormir esa noche.

Mamá, al día siguiente desde muy temprano, echó un vistazo fuera del agua para ver si podía visualizar algunos captores de peces y nadar a las atarrayas para ser atrapada y llevada con sus pequeños. Sin embargo, estaba desolada toda la orilla. Por lo tanto, regresó con papá muy triste. No existían palabras que pudieran consolar siquiera un poco a la madre desesperada y con el alma rota.

Papá se sentía culpable porque no los dejó ir laguna adentro. Ese remordimiento no lo dejaba descansar y, al mismo tiempo, se aferraba a la esperanza de verlos nuevamente con vida, siquiera para despedirlos.

Ya por la tarde del segundo día de cautiverio, Grisel se sentía muy cansado y con pequeños mareos. No se podía explicar a qué se debía tal situación.

—La muerte silenciosa caerá esta noche sobre todos. Nadie sobrevivirá al amanecer si seguimos en esta tina —dijo la voz sabia de su nuevo amigo.

—¿Por qué? —pregunta muy asustado Grisel mirando a su hermanita.

—Ya no hay oxígeno en la tina y lentamente morimos de fatiga. Voltea a ver los peces que están abajo en el fondo. Ellos ya no están con nosotros. La fatiga les ha ganado y no pueden mantener la boca en la superficie para respirar oxígeno —comenta su amigo.

—¡De verdad! —dijo Grisel muy asustado.

—Has notado que todos los peces suben sus bocas a la superficie, es porque están desesperados por el oxígeno que no encuentran en el agua. Te aconsejo que enseñes a tu hermanita a tomar oxígeno de la superficie, por si acaso —comenta la voz sabia de su nuevo amigo.

Inmediatamente después de platicar, Grisel llamó a su pequeña hermanita, que no se separaba mucho de su lado, y le enseñó poco a poco a respirar de la superficie.

Nada podían hacer los peces de la tina para mejorar su suerte más que esperar su destino fatal.

Un pez salió disparado de la tina para escapar a aguas cálidas, pero al salir quedó varado en el piso, fuera de la tina.

Para su suerte, el ser humano paseaba por el lugar y se percató del pez fuera del agua y decidió regresarlo nuevamente. Entonces se acordó de sus peces varados en la tina y decidió cambiarles el agua para que duraran un poco más con vida.

Mamá, en su desesperación y loquera, decidió suicidarse saltando fuera del agua hacia la orilla de la laguna, logrando quedar varada en el pasto de la orilla. Una persona la logró ver y la regresó al agua.

—Amor, ¿por qué te sales del agua? ¿Te quieres morir? —pregunta muy triste papá.

—Si, si quiero morir no puedo más con este dolor, me acuerdo de mis pequeños, de sus caras y me rompe el corazón— responde muy triste mamá.

—Amor, mira, el destino te trajo de la muerte otra vez a estas aguas, tal vez sea por alguna razón, ¿no crees? Aguantemos unos días más —comenta papá, preocupado por mamá.

Como era de esperarse, cada noche morían más peces al quedarse dormidos y cansados, ya que les faltaba el oxígeno vital. Solo se podía apreciar que luchaban por su vida con sus últimos estímulos para mantenerse en la superficie, pero el fondo de la tina parecía que los atraía con una gran fuerza. Poco a poco, los peces más fuertes iban cediendo y dejando de luchar para descansar en el fondo y no moverse más.

Llegada la mañana del tercer día, en el fondo de aquella tina yacían muchos peces, a excepción de unos diez que aún luchaban por su vida, viviendo en circunstancias muy adversas en el agua helada y sin oxígeno.

Por la tarde, el ser humano cambió de lugar a los peces sobrevivientes y los puso en una pecera de cristal improvisada que había construido él mismo.

Al cambiar el agua de la pecera, volvió un respiro a Grisel y su hermanita, que sin mucho esfuerzo podían descansar un poco en las nuevas aguas de la pecera, que tenía oxígeno. Sin embargo, esta no contaba con un motor de oxígeno para que este fluyera por la pecera. Por la noche, ya no había oxígeno que respirar y nuevamente salían a la superficie a tomar bocanadas de aire.

Fue un calvario pasar la noche en aquella pecera improvisada. Se podía ver al ser humano sentado todo el tiempo contemplando los peces. Cada vez que moría un pez, este lo retiraba inmediatamente.

Al siguiente día, el individuo decidió regresar a la laguna a aquellos peces sobrevivientes y a la rana, recompensando su esfuerzo por luchar por su vida. Debido a que todos los peces se le estaban muriendo, decidió primero hacerse del equipo adecuado antes de capturar más peces.

Caminó lentamente hasta la orilla de aquella laguna y, uno a uno, comenzó a dejar ir a los peces al agua. Sin lugar a dudas, aprendió una lección aquel ser humano a costa de un alto precio: la vida de más de quince peces.

La rana liberada se topó con papá y mamá mojarra, los cuales se dirigían laguna adentro para ser capturados por las redes. La rana les dio la noticia de su travesía.

—He vuelto a vivir, qué afortunada soy —dijo la rana.

—Amiga rana, ¿sabes si dos pequeños lograron sobrevivir? —pregunta papá mojarra muy cauto.

—Sí, me parece que dos —contestó la rana alegremente.

Mamá y papá regresaron rápidamente a la guarida, pero no encontraron a sus hijos en ella. Se sentían muy mal y querían morir inmediatamente debido a que habían perdido toda esperanza de ver a sus hijos con vida.

Se programaron ambos para morir en las redes de los humanos. Se dirigieron muy desalmados, nadando en calma y sin hablar uno con otro, hacia su destino fatal, ya que hace unos días se sentían muertos en vida por la pérdida de sus pequeños.

Después de un rato de nadar buscando las redes, a lo lejos pudieron ver un par de pececillos que se dirigían hacia ellos. Aquellos peces les recordaban a sus pequeños, pero ahora sabían que estaban muertos y solo se limitaban a observar a aquellos pececillos que parecían ser sus hijos. Esto se debía a la edad de ambos. Se acercaron y los padres vieron a sus hijos, pero aún no despertaban de su impresión y dolor, ya que pensaban que se trataba de una ilusión. Creían que sus hijos en realidad no estaban ahí y no se atrevían uno al otro a decir lo que veían sus ojos, seguramente porque sería otro gran golpe de desconsuelo para la pareja.

Se detuvieron nadando ambos a una distancia donde se podían apreciar perfectamente.

—No me lo vas a creer, amor, pero yo veo a mis pequeños frente a nosotros. ¿Y tú? —pregunta papá muy triste, no sabiendo si se estaba volviendo loco.

Sin decir una palabra, la madre se lanzó nadando muy rápido hacia sus pequeñines del alma. Los pudo tocar, besar, abrazar, volvió a vivir aquella mojarra del corazón destrozado.

La felicidad se desbordó en la pequeña familia de mojarras, que no cabía en el alma ni en el corazón. Se fueron nadando alegremente a la guarida e hicieron fiesta, invitando a todos sus amigos. En los días siguientes, decidieron salir a pasear juntos y regresar de igual manera para vivir por siempre unidos. Fin.

Mensaje

* Muchas veces los esfuerzos que se hacen, por muy perdidos y vanos que parezcan, son recompensados tarde o temprano. Siempre lucha hasta el final en todo lo que te propongas hacer y tarde o temprano obtendrás tu recompensa. Los milagros suceden todos los días.


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Cuento creado por: Ing. Mauricio López García (LaChayra)

Ilustraciones creadas con tecnología de DALL·E 3