La Ardilla del Tronco

Había una vez, en un lejano bosque, una ardilla que vivía en el hueco de un árbol.

Cada noche, la ardilla solía trepar al árbol vecino para mirar hacia un tronco viejo, en el cual se posaba una luciérnaga con una luz muy brillante.

Un día, se le ocurrió acercarse un poco más y esperó a la luciérnaga dentro de aquel viejo tronco.

Al poco tiempo, comenzó a escuchar algunos ruidos provenientes del exterior, parecidos al arrastre de alguna serpiente. Entonces se puso alerta para salir a toda prisa en caso de ser necesario.

El ruido cesó, y casi inmediatamente llegó la luciérnaga a aquel viejo tronco. Su luz era tan bella que la ardilla quedó maravillada.

No pasó mucho tiempo cuando un gran lagartijo se abalanzó sobre la luciérnaga, logrando atraparla con sus patas delanteras.

Justo antes de clavar sus afilados dientes, la ardilla saltó sobre el lagartijo, logrando morder una de sus patas traseras con gran fuerza, que éste emprendió la huida despavorido.

La luciérnaga se reincorporó muy asustada y le dio las gracias a la ardilla.

—Gracias, amiga, por salvarme la vida. Si puedo hacer algo por ti, dímelo y lo haré con gusto.

—No fue nada, amiga. ¿Podrías venir todas las noches a alumbrar este viejo tronco? Yo te estaré esperando siempre.

—Te debo la vida y con mucho gusto vendré a saludarte todas las noches. Solo posaré hasta que te vea cerca, porque no quiero otro susto y mucho menos la muerte.

Pasaron algunos días, y la luciérnaga cumplió en presentarse tres noches seguidas, pero luego comenzó a faltar.

Cuando la luciérnaga no iba a aquel viejo tronco, la ardilla se sentía muy sola, sin amigos, y extrañaba mucho a su nueva amiga. Temía que la luciérnaga no volviera más.

Un día, la ardilla decidió poner a prueba la amistad de la luciérnaga.

—Amiga ardilla, me tengo que ir, nos vemos otro día —dijo la luciérnaga.

—¡No te vayas, amiga! Mira que necesito tu compañía. ¿Por qué no te quedas unos días conmigo? —responde la ardilla.

—¡No puedo! Tengo que estar con las de mi especie.

—Pero dijiste que te pidiera lo que sea, y a mí me gustaría que me acompañaras en este tronco unos días.

—¡Ay, amiga! Por ahí hubieras empezado... por unos días, ¿Cuántos días?

—Un mes.

—Es mucho tiempo.

—Bueno, dos semanas.

—Está bien, para mí es mucho tiempo y un gran sacrificio porque la vida de una luciérnaga es muy corta. Casi me pides que viva contigo media vida; sin embargo, estoy en deuda contigo.

—¡Qué bien, amiga! Entonces ya no te vas a ir, ¿verdad?

—Hoy sí, necesito despedirme de mis compañeras, pero mañana llegaré a la misma hora.

—¿De verdad vas a venir?

—Te prometo que volveré.

La ardilla, al no tener otra opción, despidió a la luciérnaga y esta voló libremente, perdiéndose en el oscuro bosque.

La noche siguiente, la ardilla esperó a su amiga en aquel viejo tronco, pero esta no aparecía por ningún lado. Comenzó a sentirse muy triste.

Después de esperar mucho tiempo, la ardilla se dio la vuelta para retirarse de aquel lugar cuando de pronto logró ver a lo lejos un pequeño haz de luz. Decidió esperar un poco más y, efectivamente, se trataba de su amiga que al fin llegaba.

Cada noche, la luz de la luciérnaga brillaba cada vez menos; esta se comenzó a marchitar como si fuera una flor. A pesar de que hacía todo su esfuerzo, su luz se tornó muy opaca. La luciérnaga comenzó a enfermarse por la falta de sus alimentos.

La ardilla no se dio cuenta del cambio de inmediato, ya que fue gradual. Sin embargo, notaba a su amiga triste y sin ánimos de comer y mucho menos de platicar.

—Amiga, ¿Qué tienes? ¿Estás enferma?... Tu luz se está apagando y también tu alegría —pregunta la ardilla, tristemente y preocupada por su amiga.

—No... creo que estoy bien, solo estoy pensativa —responde la luciérnaga, poniendo su mejor cara. Estaba dispuesta a saldar su deuda, así fuera de por medio su vida.

Pasaron algunos días y la luciérnaga, lejos de mejorar, empeoró hasta el punto de no poderse mover más. Su luz ya no se encendía hacía un par de días... estaba muriendo lentamente.

La ardilla, al ver a su amiga tan decaída, se dio cuenta de que era más feliz viendo a su amiga alegre y juguetona, con su luz brillante, que verla agonizante en aquel viejo tronco. Comprendió que le hacía más feliz la felicidad de su amiga que su compañía forzada.

Solo de imaginar la felicidad que irradiaba aquella luz y recordar la sonrisa de la luciérnaga, se dio cuenta de que le deseaba toda la felicidad del mundo, aunque eso significara no tenerla cerca para verla sonreír.

—Amiga, recupérate por favor, ya no tienes que quedarte un solo día más conmigo. Vete, vuela a tu hogar —dijo la ardilla, muy preocupada, temiendo por la vida de su amiga.

—No puedo emprender el vuelo, ni siquiera me puedo mover —responde la luciérnaga, tristemente, volteando su mirada al suelo.

—¿Cómo te puedo ayudar, amiga? ¡Es que no comes nada! Ponte a comer, aquí te traigo comida.

La luciérnaga trataba de comer algo, pero todo lo devolvía. Parecía como si estuviera condenada a morir de un instante a otro.

La ardilla, al ver el intento de su amiga por aliviarse y no poder ni siquiera comer un pequeño bocado, se puso muy triste y comenzó a llorar, temiendo por la vida de su amiga. No quería verla morir y menos a causa suya.

Pasó toda la noche llorando. La luciérnaga, al ver a su amiga tan triste, hizo todo su esfuerzo en comer algo y aguantar los ascos para no devolver la comida. Poco a poco, comenzó a tolerar el agua y, después de un tiempo, unos pequeños bocados de comida.

Salió de aquel tronco volando muy torpemente hasta llegar a su hogar con otras luciérnagas.

Pasó el tiempo y la ardilla se quedó muy triste sin saber si su amiga había muerto, y todas las noches visitaba aquel tronco en recuerdo de la luciérnaga.

Un día sin que la ardilla lo esperaba, la luciérnaga la visitó y esta se puso feliz de ver a su amiga recuperada y aprendió una gran lección, no puedes ser feliz a costa del sacrificio de alguien más. Fin.

Mensaje

Cuando quieres a alguien de verdad no necesariamente debe estar contigo para que te sientas bien, bastaría con saber que le está yendo bien y que es feliz con quien le rodea.


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Cuento creado por: Ing. Mauricio López García (LaChayra)

Ilustraciones creadas con tecnología de DALL·E 3