La Calabaza Hedionda
Había una vez un huerto de calabazas a la orilla de una laguna. A sus costados existía una corriente de agua fresca que abastecía aquel huerto.
A unos cuantos metros del huerto, creció una plantita de calabaza que, al estar alejada del huerto, no podía beber agua fresca de aquellas corrientes. En su lugar, bebía agua de una pequeña corriente de aguas negras que tenía a su costado. Esta también le quedaba un poco retirada y apenas podía refrescar algunas de sus raíces para poder sobrevivir.
Debido a que la plantita no se alimentaba bien, creció muy desnutrida y pálida. Además, tenía que aguantar los malos olores y ver a sus compañeras las plantas del huerto, que estaban llenas de vida, frondosas y casi a punto de empezar a producir calabacitas. Como si no fuera suficiente la desgracia de esta, las plantas del huerto se burlaban de ella y cada día era objeto de burlas.
A su primer retoño, las burlas no se hicieron esperar.
—¡¿Qué?! ¿Vas a traer un hijo? —le preguntaron—. Pero si apenas puedes con tus hojas.
La plantita, debido a su naturaleza, no podía impedir que le crecieran un par de calabacitas, todas pachiches y sin color, además de un tamaño pequeño. Sin lugar a dudas, no se iban a desarrollar sus hijitos a pesar de que la plantita hacía todo su esfuerzo mandando el poco líquido que recibía a sus dos pequeñas calabacitas redondas.
La plantita desdichada estaba muriendo lentamente porque la humedad de las aguas negras no le humectaba sus raíces desde hacía tiempo. La mayor parte del día se la pasaba durmiendo para ahorrar energías.
Una tarde, llegaron a sus hojas unas deliciosas gotas de lluvia. Estas cubrieron la región durante toda la noche. La plantita aprovechó al máximo la lluvia, humectando sus raíces, hojas, tallos y sus dos pequeñas calabacitas hediondas.
Las plantas del huerto no estaban conformes con aquella lluvia que le había dado unos días más de vida a la plantita desdichada. Por lo tanto, se dieron a la tarea de insultar a su vecina.
—¡Mira qué par de calabacillas tan feas tiene la vecina! —comentaban las plantas del huerto—. ¿Quién querría un par de calabacillas hediondas?
Un día, las plantas del huerto amanecieron con un par de saltamontes entre sus hojas, lo que causó un gran revuelo en el huerto.
—¡Ay, amiga, tienes un chapulín en tu hoja! —le dijo una planta a otra.
—Pensé que ya teníamos suficiente con tener una decadente planta como vecina, ¡pero estos bichos son realmente asquerosos! —responde la planta del huerto.
—Calma, señoras, solamente comeremos algunas de sus hojitas y nos marcharemos, je, je, je —dijo un saltamontes.
Al otro día, llegó una plaga de saltamontes a aquel huerto y se encendieron las alarmas en todas las plantas. El agricultor, al ver la plaga, fumigó aquel huerto inmediatamente, matando a los insectos. Pero a la plantita desdichada no la fumigaron porque no era parte del huerto, entonces algunos insectos comenzaron a consumirle poco a poco, y claro, las burlas no se hicieron esperar.
—¡A ver si ahora sí pasas la noche, chiquita! —le gritaron las plantas del huerto.
Al día siguiente, contra todos los pronósticos, la plantita estaba viva y aún con sus dos calabacitas. Solo tenía roído un par de hojas con unos saltamontes que yacían envenenados a su costado.
Las plantas del huerto se preguntaban: ¿Qué pasó? ¿Cómo logró sobrevivir a los insectos?
Y lo que pasó fue que, al alimentarse la plantita de las aguas negras, estaba muy amarga e incluso contenía en sus hojas nuevas toxinas para los insectos. Además, al no verse tan apetitosa, los insectos optaban por comer otro tipo de plantas.
Pasaron algunos días hasta que llegaron los agricultores a aquel huerto a levantar la cosecha de calabacitas. Todas las plantas querían tanto a sus calabacitas ya que eran estas como sus pequeños hijitos.
Un agricultor se topó con la plantita desdichada y observó que tenía dos calabacitas redondas de un tamaño parecido a una pelota de golf, por lo que se le hicieron algo extrañas.
Cortó las calabacitas y se puso a jugar con un leño, tratando de golpearlas como si estuviera bateando pelotas de béisbol. En cada intento fallido de golpear las calabacitas hediondas, la plantita desdichada sufría por la suerte de sus hijitos. Cerraba sus ojos llorosos y preocupados, apretando sus dientes, mientras las plantas del huerto se burlaban sin parar.
—¡Tanto esfuerzo! ¿Y para qué? Ja, ja, ja, ja —se burlaban las plantas—. Te hubieras muerto desde el principio, ja, ja, ja.
La plantita rompió a llorar cuando de un golpe desbarataron a cada una de sus calabacitas, esparciendo sus restos y semillas por todos lados, a lo lejos de aquel huerto, por la orilla de la laguna junto a los lirios y pastos crecidos.
La plantita quedó muy desconsolada y sin ganas de seguir viviendo; sin embargo, debido a su naturaleza, no se podía quitar la vida.
Mientras la plantita aún lloraba, comenzaron a levantar la cosecha, cortaban las calabacitas del huerto y con mucho cuidado las empacaban… qué hubiera dado la plantita desdichada para que a sus hijitos los trataran igual.
Pasaron unos días y los agricultores regresaron a aquel huerto y platicaban:
—Prueba este puré, es de la cosecha anterior de este huerto.
—¡De verdad que es rico! Todas las calabacitas las hicimos puré y se vende muy bien.
En ese entonces, las plantas del huerto se dieron cuenta de que sus hijitos quedaron hechos puré y sin descendientes.
—Mira, vamos a jugar béisbol con las calabazas hediondas, al fin que hay muchas a la orilla de la laguna —le dijo un agricultor al otro.
Todas las plantas voltearon a la orilla de la laguna, incluyendo la plantita desdichada, y efectivamente había muchas plantitas de calabazas hediondas. Al ver el aspecto de una calabacita redonda que cayó frente a la plantita desdichada, supo de inmediato que eran sus descendientes directos.
Aquellas dos calabacitas esparcidas habían originado varias plantas y ahora eran libres de aquel huerto, bebiendo los nutrientes de la laguna junto a los lirios y pastos frondosos que había a su alrededor.
La plantita se alegró tanto y supo entonces que había valido la pena tanto esfuerzo y esmero por criar a su par de calabacitas.
Las plantas del huerto envidiaban ahora la lucha y la suerte que había tenido la plantita hedionda, ya que sus hijitos podían vivir en un ambiente de lo mejor, sin nadie que los molestara y teniendo agua todo el tiempo.
Pero aún no había terminado la pesadilla para aquellas plantas del huerto, porque uno de los agricultores comentó: “La semana próxima replantaremos este huerto con rábanos”. Entonces se escuchó un silencio sepulcral en aquel huerto, no había palabras para describir el terror de las plantas del mismo.
Todas las plantas del huerto envidiaban ahora la suerte de la plantita desdichada y sus calabazas hediondas.
Todas las noches siguientes, las plantas del huerto veían con respeto a aquella plantita desdichada y algunas anhelaban estar en su lugar en el momento de la replantación del huerto.
Algunas de estas se disculparon con la plantita desdichada para esperar su deforestación en paz.
La plantita desdichada sufrió mucho, pero ahora tenía mucho tiempo para disfrutar de sus descendientes a la orilla de la laguna. Fin.
Mensaje
* Al más débil, todos le cargan la mano y descargan sus frustraciones y corajes con él, haciéndolo cada vez más débil.
* Nunca hagas menos a nadie por perdido e insignificante que se vea, porque con esfuerzo y dedicación te puede dar la vuelta en muchos aspectos y posiblemente hasta necesites algún día de él.
Cuento creado por: Ing. Mauricio López García (LaChayra)
Ilustraciones creadas con tecnología de DALL·E 3